Recuerdos del futuro juntos
Cuando llegué al espejo del baño, como todas las mañanas, no recordaba el recorrido desde la cama hasta ese lugar. A mis 77 años de edad ya se olvidan algunas cosas, pero en realidad, en ningún momento de la vida recuerdo haber sido consciente de ese recorrido.
Hace ya muchas décadas que el espejo me devuelve una mirada de amor, incluso de orgullo y de gratitud. No fue siempre así pero fue un camino que ella me ayudó a construir.
Ella? Ella sigue dormida. Duerme mucho, como siempre. Anoche me acabé la maratón de la nueva serie del momento, que habla de las nostalgias de los años 2020s. Me consumí los 7 capítulos como me consumo cada 2 días una bolsada entera de maní del DNadie, otrora llamado D1.
Ella se durmió a los 5 minutos del primer capítulo y yo ya no me molesto en esperarla. A ambos nos basta con yo decirle “estuvo muy buena, te la tienes que ver”.
Esa mañana ante el espejo me sorprendió a mí mismo que aún conservara gran parte de mi pelo, aunque solo por los lados, desde esos 43 años en donde empecé a notar una leve transparencia en la coronilla que amenazaba con que nunca más me podría volver a hacer mi amada cresta, recuerdos del adolescente que siempre se sintió punk.
A esta edad, los ojos que miran desde el espejo siempre devuelven recuerdos; recordé cómo quisimos conocer el mundo juntos; El viaje a Europa durmiendo en trenes y comiendo las delicias gastronómicas de cada lugar. Recordé el viaje por todo el sur de Argentina, en donde perdí mi celular y me sentí más libre que nunca.
Fue de esos viajes con pocas fotos en las redes, pero innumerables en el corazón. Todo para descubrir en Buenos Aires, de vuelta a Colombia, que estaba en el fondo de la mochila envuelto entre un par de calzoncillos limpios, que por alguna razón nunca tuve la necesidad de usar. Recordé también esa rumba en República Dominicana, imposible de olvidar pero de la cuál no logro recordar nada.
Recordé cuando en Las Vegas se nos olvidó, honestamente, y aunque sea difícil de creer, pagar una cuenta impagable de cocteles y snacks en uno de los Hoteles / Casino más grandes de la ciudad. Nos sentimos como 2 prófugos el resto del viaje y bromeábamos con vivir al margen de la ley.
Recordé cuando hicimos el amor en el mar azul del Archipiélago de San Bernardo. Y recordé cada lugar que nos habíamos propuesto recorrer juntos.
Recordé, además, el día en que consiguió su trabajo soñado y el miedo que tenía de afrontar su primer día, como una niña chiquita que está empezando en el colegio. Le dije lo que le dije siempre; “Todo va a salir bien”. Y siempre se cumplió.
Recordé los momentos difíciles en los que nos desconectamos y nos abandonamos el uno al otro, y cómo encontramos siempre la manera de reencontrarnos. Para mi era fácil, porque me encontraba en sus ojos. Para ella siempre fue un poco más difícil porque sus dudas le pesaban más que el mundo entero sobre sus hombros. Pero cuando yo estaba por darme por vencido, ella siempre me demostró su valentía para volver. Solo necesitaba un descanso, al igual que cuando montábamos juntos en bicicleta, en donde siempre fui más resistente pero ella siempre llegó a la cima con una sonrisa. Solo necesité aprender a andar a su ritmo.
Recordé todas las canciones que escribí, porque ella, casi como una exigencia de amor, nunca dejó que yo lo dejara de hacer. Ella era feliz cuando yo agarraba mi guitarra, simplemente porque me veía feliz a mí.
En algún punto, en medio de ese viaje de recuerdos, fui interrumpido por el señor de los aguacates, que había sobrevivido a los siglos y las nuevas tecnologías y formas de comercio, andando en su carrito.
Cuando me reincorporé y miré al espejo, recordé que nada de esto pasó. Que eran solo los recuerdos de un futuro juntos que nunca sucedió.
Un poco perdido y temeroso, volví a la habitación, buscando a quién estaba dormida en mi cama, o si simplemente estaba solo. Solo, con todos los recuerdos de lo que no fue.
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