Siempre me voy
Pasaron los años, así como pasan los carros por la Avenida del Río. Se llama así, porque va paralela durante todo su recorrido al Río Medellín; un río sucio y contaminado que amenaza con desbordarse cada que llueve más de 2 noches seguidas.
Los años pasaron entonces, como los carros; a veces rápido, a veces lento, pero siempre de una manera un poco desordenada e imprudente.
Yo había cambiado tanto desde el día en que le dije adiós, que me costaba reconocerme a mí mismo. Ya mi pelo tenía intentos de canas y mi alma, que por un momento pareció tener un segundo aire, ya estaba cansada de intentarlo.
Volver a casa siempre es una apuesta de la nostalgia que puede traer grandes decepciones disfrazadas de tranquilidad. Porque cuando uno vuelve a lo conocido, llega buscando lo que dejó de existir en el momento preciso en el que uno partió.
Entré y me senté en el sofá que siempre me había parecido cálido y acogedor y lo sentí frío. Aunque cómodo como siempre, lo sentí ajeno. Cómo es posible que este lugar que algún día fue tan mío ahora fuera una especie de revelación de que nada en la vida me pertenece? Todo lo que he considerado mío y he cuidado con amor, es solo una ilusión del ego.
Aturdido por la realidad, agarré mi mochila llena de sueños rotos, que pesaba un poco más que hace 5 minutos que la había dejado sobre la mesa del comedor, y me fui.
Irse también es un arte. Y yo soy un artista que ha perfeccionado su ausencia a lo largo de la vida.
Pero solo yéndose se puede volver y yo siempre quiero volver.
Por eso, siempre me voy.
Comentarios
Publicar un comentario