El amor después del amor

 Tenemos todavía nuestros códigos, que nadie más entiende. Con una mirada ya sabemos todo. Todo lo que fue, todo lo que es y todo lo que será. En esa mirada hay tanta complicidad que solo nos podría delatar esa sonrisa inevitable, esa que ella trata de evitar pero que todavía solo yo puedo sacar.

El amor nunca se muere, solo se transforma. En algunas ocaciones, descubrí tristemente que a veces se transforma en odio, o en desinterés, que es otra forma de odiar. Pero no es el caso. Nunca será el caso.


Ella sabe de mí lo que no sabe nadie. Sabe de mí lo que tampoco sé yo. Si en mi terquedad e ínfulas de superioridad mental hubiera sabido escucharla mejor, me habría ahorrado muchos malos ratos. Ella siempre tiene razón, pero no lo digo de una forma condescendiente, sino de una forma fáctica y comprobable con el paso de los años.

A veces nos divertimos con lo que la gente cree que sabe de nosotros, porque no saben nada. Tienen un par de fotografías de los malos momentos que no son otra cosa que un traspié en la inmensidad de una vida de apoyo, admiración, compañía y respeto mutuo.

Todos deberían tener a esa persona en su vida. Pero esas personas no llegan por arte de magia o como un timonazo afortunado del destino. Esas personas llegan con trabajo diario y con amor recíproco incondicional.

Si me ven mal, llámenla a ella. Si me ven bien, ella ya lo sabrá. Y sé que se alegrará. Así como me alegro yo de verla feliz lejos mío, pero cerca de mi corazón y mi incondicionalidad.

Ojalá yo pueda estar siempre a la altura de lo que ella me enseñó. 

Y ojalá ella pueda siempre ser feliz, como se lo merece más que nadie. 

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